10.6.07

Café con pan

Una mínima colección de memorias talladas en ébano, con cuidado, sostenidas en mi cuerpo como lo más frágil que pudiera existir. Después de tu siembra de besos, del recorrido de tus manos por sobre mi piel hecha valles, ríos, surcos, fuente, yo quedé ligera, la mente libre de andares pasados, mi materia enteramente tuya, un poco esclava de ti, hasta hoy un poco, un poco nada más..

Le llamaste torta a mi pastel de cumpleaños y eso me hizo voltear a verte con algo de desprecio y coraje. Te sabía mexicano de sobra, pero a últimas fechas te veía tocando con un grupo de venezolanos y otros estudiantes extranjeros.
Al rato le sale lo Trinidad y Tobago y también toca steel drum- comenté en voz alta con el torito en la mano, bien cargado. La gente a mi alrededor volteó con cara de desaprobar mi comentario, pero por ser la festejada, se callaron las bocas. Que eras famoso por tus grandes ojos color agua dulce, era bien sabido, que caías bien por tu gran capacidad de improvisar décimas en honor de quien tuvieras enfrente, también era conocido, y que sin proponértelo siquiera conseguías a la mujer que quisieras era comúnmente mencionado.
Comenzó la música y me subí a bailar a la tarima. Como me quedabas justo enfrente, comencé a mover las caderas, sin suavidad, intentando la rudeza en el vaivén, no mirándote y encajando el tacón de los zapatos como si te pisara. Podía distinguir tu voz por sobre las demás, esforzándose en el falsete, vocecita sabor kiwi reptando en el aire, anudada sin duda al tono de tus ojos, porque cantabas como mirabas, así de claro, así de iluminado.
Erguida, acomodaba mi cabello atrás de mis orejas y en una vuelta que dimos las bailadoras, te vi viéndome. Ojos hierbabuena, qué labios tan delineados.
Bajé de la tarima y caminé hacia la casa. Escuché sobre el pasto el ruido acolchonado de unos pies corriendo para alcanzarme. Te me emparejaste y me dijiste, como no se me ocurre qué improvisar, quisiera cantarte, ¿qué son te gusta?
El que gustes-te dije sin verte ya, de todas maneras yo no sé mucho de sones y esas cosas, apuradamente bailo, lo mío es otra cosa.
¿Ah sí, qué es lo tuyo?
Otro tipo de bailes. Por cierto, ¿que tú no eres mexicano?
Sí, ¿por?
Porque hace rato dijiste torta en vez de pastel, y pensé que eras venezolano, creo que es allá donde le dicen así al pastel, ¿no? o es que de tanto trato con tus amigos de fuera ya te sientes extranjero?
Te quedaste sin responder y luego, tratando de esbozar una sonrisa que no lograste, diste media vuelta y te fuiste.
Nos topamos tiempo después, en un fandango. Yo supe que estabas allí hasta que me subí a la tarima y te vi subir momentos después, poniéndote frente a mí, zapateando con agilidad.
Callada me quedé, atónita, con las piernas débiles de repente y el asombro noqueándome.
La luna cremosa, la noche estrellada, tu piel de agua oscura, de río nocturno fluyendo sobre cualquier espesura y cualquier intento de rechazo. Cantaste, dijiste, besaste, me diluiste. Yéndose la gente se fue la audiencia y nos quedamos bailando sobre la tarima, tú cantando, yo haciendo como que bailaba pero sólo bailándote a ti. Cerca. Tu rostro moreno intenso frente a mi rostro moreno pálido. Acanelados cuerpos queriendo anudarse.

Cuando la tarima quedó bajo mi cuerpo desnudo, la sentí tibia, lisa, cómplice. Para no saber bailar son, te sale bien el café con pan- fue tu último comentario porque de allí me hablaste con besos nada más. El cielo apretado de brillos quedaba sobre mí, como un techo benefactor. Tu figura se entrometió entre tanta estrella, como negro fantasma y metí mi mano entre tus dreads, como sujetándote pero realmente sujetándome yo a ti, a tu cuerpo tan de ébano, tan de dureza y corteza, tan de raíces trenzadas a muchos territorios.

Pero hasta hoy mi cuerpo te es ajeno, hasta hoy me perteneces de otra manera, muchachito hecho de sombra. Me levanté, aunque ya estabas a punto de estar en mí y pude irme. No me gustan los venezolanos, te dije, y menos los que no lo son y quieren serlo a fuercitas. Y a pesar de no querer, me calcé, me vestí y me fui.

Tu canto hace eco en mis espacios corporales, pero no sé dónde andas, ni me interesa saberlo. A mí sólo cántame la morena que yo te bailo, hasta que amanezca, hasta que anochezca. Tus besos siguen aquí, la tarima resuena en cada fandango al que voy y me encuentro con que mis ojos me traicionan buscándote. Te imagino siempre, y te detallo con lo que de yerbas, miel, plátano y maíz quedó en mi tacto, en mi olfato, en el gusto de mi piel. Con la memoria te veo, figura de arcilla oscura fragante a campo, pero no nos hemos vuelto a encontrar jamás; y está bien, porque quiero seguir con el cuerpo y la mente libres de tus andares